
Juan Antonio Carreras Espallardo
¿Quién se acuerda ya de aquella película española estrenada en el año 1979 y que se llamaba Los bingueros? Su director Mariano Ozores, hermano de Antonio, ese que decía eso de ¡No hija, no!, sí, pero los actores principales eran el dúo más explotado a finales de los 70 y principios de los 80, ellos eran Andrés Pajares y Fernando Esteso, inventores del destape español como género cinematográfico. En la película, estos dos muertos de hambre se conocen y se unen utilizando todo tipo de trucos para ganar dinero en el bingo, otro invento muy de moda en aquellas décadas.
Lo mismito que pasa hoy en día en las rotondas, ese maligno invento que hemos exportado de otros países de Europa y que tanto juego dan en nuestra querida y picaresca España de mis amores, tanto te quiero pero tanto critico a los demás sin ver la paja en mi obligo.
Ese conductor avispado que ve una rotonda y ve el carrusel de la feria, desde el mismo momento en que le rozan el coche monta un circo con enanos gigantes y jirafas enanas. Vaya, que le rozan y cree que le ha tocado la lotería. Lo de ser un hombre o una mujer con todas las letras se le escapa por el agujero de detrás, se convierten en hombrecillos y mujercillas. Lo miras y parece una estatua, una momia, inmóvil, como un cachorrillo asustado al que han maltratado, actuando a cámara lenta, con movimientos lentos, algunos quedan amnésicos y no recuerdan nada, y lo más importante “que quede constancia”, que lo vea la policía, que lo vea, y si hacen un informe mucho mejor. Lo que ellos no saben es que la policía también hace informes para luchar contra el fraude, aunque a veces nos la metan doblada por donde más nos duele, allá donde la espalda pierde su nombre.
Por eso yo los llamo glorieteros o rotonderos, estafadores del tráfico, inventores de historias infumables.
Ya hablando en serio, se ha pasado del estafador empedernido que se conocía todas las artimañas posibles a un defraudador más joven e inexperto (en torno a los 30 años de edad), con necesidades económicas, y que conoce el trámite de la reclamación a través de su entorno social y familiar. En reclamaciones por accidentes podemos encontrar a los defraudadores ocasionales y a los defraudadores habituales. Los ocasionales formulan reclamaciones esporádicamente para afrontar algún gasto extraordinario. El defraudador habitual es más lesivo, tras una primera reclamación fortuita, asesorado por su entorno, consigue sin esfuerzo una indemnización decente, de modo que repite el modus operandi, pero ésta vez, simula o exagera.
Determinados indicios nos alertan de un posible fraude: los antecedentes del asegurado, sus dificultades económicas, la fecha próxima de contratación de la póliza, la similitud de apellidos de los lesionados, que no todos los reclamantes estuvieran en el interior del vehículo en el momento del siniestro, nerviosismo o contradicciones a la hora de relatar los hechos, desproporción de los daños y/o lesiones, etc. La labor de los investigadores y detectives frustra el 70% de los fraudes. Así que al loro pajaritos.
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